Un hombre viajaba todos los días en autobús. Una parada después, una anciana subió al bus y se sentó al lado de la ventana. Ella abría una bolsa y tiraba algo por la ventana. Siempre hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre le preguntó qué era lo que tiraba. - ¡Son semillas de flores!- Explicó que lo hacía porque afuera todo estaba vacío y soñaba con ver flores a orillas de la calle durante su viaje.
Algunas semillas caían sobre el asfalto, la aplastaban los autos o se las comían los pájaros. Pero aquella anciana mantenía la esperanza de contemplar muchas flores. Aseguró que alguna tenía que brotar y falta de agua dijo que la lluvia estaba por venir. Aquel hombre pensó que la viejita había perdido la cabeza. Sin embargo, un mes después extrañó a la abuelita y le preguntó al chofer por ella. La respuesta fue nostálgica: "Hace unos días murió".
Unos meses después... El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.
Las flores habían brotado, pero la recordada abuelita no había podido ver su obra. De repente, oyó la risa de una niña pequeña. La niña señalaba entusiasmada las flores... "¡Mira, papi! ¡Mira cuántas flores!"
¿Verdad que no hace falta explicar mucho el sentido de esta historia?
La anciana protagonista de esta columna había hecho su trabajo, y dejó su herencia a todos los que la pudieran recibir, a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices. Dicen que aquel hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de semillas...
Esta historia está dedica a todos los maestros y a los padres, pues son, o deberían ser , los grandes educadores, porque educar es enseñar caminos.