Juan Pablo II murió en paz, sereno. A pesar del dolor, se le supo feliz. Ahora está en las manos de Dios y María. Desde su lugar privilegiado, parece que nos dice: "No lloren por mí... lloren por ustedes y por sus hijos".
El mundo vive momentos de mucho dolor y guerras, pero lo alivia el recuerdo de este hombre sencillo y trabajador.
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