Un líder iba por un camino inexplorado y le salió al encuentro “la popularidad”, que le dijo que si andaba con ella todos lo admirarían e imitarían.

Él gustoso fue acompañado por ella, y la popularidad le presentó a “el autoritarismo”, que juntos iban a llegar muy lejos, porque unos habían nacido para obedecer pero... él había nacido para mandar... Luego vino “el egocentrismo”.

Luego se les unió la “vanidad”... que lo convenció de que si él no estuviera en el camino éste no existiría. Después la “mediocridad” los alcanzó, y le dijo que nadie puede esforzarse más de lo que ya otros han hecho... Después hallaron la “diversión”... que le dijo que disfrutara al máximo el momento y aprovechara su posición y el respeto que todos le tenían, para humillar y mofarse de los demás.

De repente oyeron unos rayos, la diversión fue la primera en irse... y aparecieron la intriga, la duda y el enojo. En eso se fue la vanidad y vinieron el resentimiento y la humillación, quienes tomaron un lugar en su mochila, que ahora estaba más pesada. El egocentrismo se marchó y llamó a la venganza y al odio, que abultaron más la ya pesada mochila. También se fue el autoritarismo y la popularidad... Fue así como la tristeza, la vergüenza, el rencor, el remordimiento, la culpa, el dolor y la derrota iban en la mochila.

De pronto, a lo lejos apareció un hombre de vestiduras blancas y de rostro resplandeciente... quien le quitó aquella pesada mochila, le presentó al perdón, al amor, la paciencia, la humildad, el servicio, la sinceridad y la esperanza. Le dijo que con todas ellas ya no llevaría cargas... y de cada uno de ellas aprendería más. Después, solita, vendría la felicidad y el liderazgo.