En Panamá pasó algo horrible y triste este fin de semana, mientras el Papa moría: la iglesia local, sus líderes y el rebaño todo, se encerró en sí misma y mostró su cara más pálida y aburrida.
Los obispos y curas se escondieron para no decir ni hacer. Tal vez tenían miedo de meter la mata. Los templos católicos estaban cerrados en todo el país, con raras excepciones como la fuera de serie "Divina Misericordia", del padre Cosca, que estuvo recibiendo gente hasta altas horas de la madrugada del sábado, en oración continua, y acompañando al pueblo que buscó refugio.
Lo más oficial que hubo en la capital fue una misa en la Catedral el viernes, que apenas llenó sus bancas, pero que quedó vacía de una vez. El arzobispo Cedeño habló un poco cuando Juan Pablo II murió y dio por televisión instrucciones a los párrocos para el tañido de campanas. Sólo cuando el Papa se fue al cielo pareció que la iglesia se sacudió un poco. Pero solo un poco.
Pero antes, cuando empezó la agonía, no había curas acompañando a nadie: la iglesia panameña estaba dormida y perezosa, mientras su pastor fallecía; como cuando Cristo sudaba sangre en el huerto de Getsemaní, mientras Pedro, Santiago y Juan roncaban a pierna suelta.
¡Qué diferencia en el resto de América Latina! La gente estaba en la calle; los cardenales y obispos elevaban plegarias y organizaron de oración masiva; se le cantaban serenatas al Papa moribundo en las aceras; había procesiones y mandas de gente llorando, con velas encendidas; se establecieron salas de prensa en las conferencias episcopales para atender a los periodistas y darle información de confianza en todo momento... El catolicismo en el mundo vivió un "boom" y muchos que estaban alejados se acercaron para admirar al gran Papa del siglo XX que hasta la muerte la enfrentó con pasión. Pero no aquí... aquí demostramos que hasta los curas tienen hielo en el corazón.
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