Estaba golpeado y marcado el rematador en una subasta, y pensó que por su escaso valor, no tenía sentido perder demasiado tiempo con el viejo violín, pero lo levantó con una sonrisa.
-¿Cuánto dan señores? -gritó-, ¿quién empezará a apostar por mí?
-Un dólar, un dólar- alguien replicó después, dos dólares.
-¿Sólo dos?
-Dos dólares y, ¿quién da tres? Tres dólares, a la una, tres dólares a las dos, y van tres...
Pero no, desde el fondo de la sala, un hombre canoso se adelantó y recogió el
arco; luego, después de quitar el polvo del violín y estirando las cuerdas
flojas, las afinó y tocó una melodía pura y dulce como un coro de ángeles.
Cesó la música y el rematador, con una voz silenciosa y baja, dijo: -¿Cuánto me dan por el viejo violín? Y lo levantó en alto con el arco.
-Mil dólares y... ¿quién da dos? -¡Dos mil! ¿Y quién da tres? Tres mil a la
una, tres mil a las dos; y se va y se fue, -dijo.
La gente aplaudía, pero algunos decían: "No entendemos bien, ¿qué cambió su valor?".
La respuesta no se hizo esperar: "¡La Mano del Maestro!"
¡Que una melodía celestial brote hoy de tu vida, si te dejas usar en las manos del Maestro por excelencia!
Efesios 2: 10. Somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
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