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Sus parejas saben y aceptan su trabajo

Jesús Simmons | DIAaDIA

Los comentarios afuera de estos antros no son exclusivos de los hombres, ya que las mujeres también hablan de sus "hazañas". Mientras DIAaDIA compraba una arepa en uno de los carritos apostados en la entrada de "La boca del placer", una chica bien parecida explicaba a sus amigas la intensa jornada que había tenido con un cliente. Terminó diciendo que luego de esa sesión terminó vomitando. "Ahora sí me puedo ir a trabajar tranquilo", le dijo el hombre que por solo $15 la había hecho suya.

Las amigas y la vendedora del carrito de arepas, apenadas, le hacían señas de que no hablara así, pero ella respondió: "A mí no me avergüenza mi trabajo, porque es lo que da de comer a mi familia en Colombia". Para reafirmar que le encanta su oficio, les comentó que había hablado con su mamá y que ésta le dijo que ya sabía lo que estaba haciendo en Panamá, y si a ella que la había parido no le importaba que estuviera prostituyéndose, a nadie más le debería importar.

El celular sonó e interrumpió la conversación, "Hola papi, estoy con mi amiga, estoy bien, por lo menos ya hice algo y pude comer". Luego de profesarle mucho amor a la persona que estaba al otro lado del teléfono cerró la llamada. La "prepago", como les llaman en su país, estaba conversando con su esposo. Al cuestionarla sobre si él estaba al tanto de que era prostituta, respondió muy tranquila que sí sabía que se acostaba con hombres para ganarse la vida. Todo lo contrario ocurría con su amiga, quien expresó que su novio no sabía que estaba en ese mundo, por lo que temía ser pillada.

Después de un hasta luego, se logró intercambiar números de teléfonos con aquella chica, con la promesa de que se le iba a llamar para que me ofreciera sus servicios. Adentro, en "La boca del placer", había mujeres entradas en edad y con cuerpos a los que les cuelga todo. Ellas sonríen para ver si algún caballero las invita a subir a tener un rato de acción. El lugar es oscuro, maloliente y el aire acondicionado ni se siente, por lo que hace bastante calor. Sin embargo, al fondo, sentadas, se encuentran muchachas muy bonitas en ropas diminutas que contrastaban con lo decadente del lugar.

Al consultar al cantinero cuánto hay que pagar para tener a una de "las niñas", respondió: "Dependiendo de la cantidad de dinero que puedas pagar, así mismo será lo que recibas de ellas".





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