Hay algo que tenemos en común mis compañeras de universidad y yo, todas trabajamos y estudiamos. Llegar casi corriendo al salón de clases y parpadear más de cinco veces por segundo son algunos de los signos de cansancio producto de la jornada de trabajo y estudio.

Y es que, cuando decidí estudiar mi segunda carrera en Derecho y Ciencias Políticas, mi madre no dudó en apoyarme, pero me advirtió que el camino sería difícil. He tenido que suspender las salidas y ya no existen ratos de ocio, porque el mínimo tiempo que me sobra es para leer alguna lección, adelantar algún trabajo, entre otras cosas.

Pero este estrés se intensifica ahora que estoy a una semana de empezar los exámenes de final de cuatrimestre para poder vencer la primera de mis 18 batallas, que es la cantidad de períodos que debo completar para lograr ser una abogada. Aunque el cansancio es cada vez más intenso, ya que cumplir con seis materias no es fácil cuando laboras, las ganas de superarme son más que todo, son el arma para derribar todos esos obstáculos que se me presentan en el camino.

Y al estar en mi clase de computación y ver los rostros de estrés de mis compañeros, minutos antes de presentar una charla ante la profesora de Fundamentos de Derecho, me doy cuenta que este mismo sentir que vivo yo diariamente lo viven mis compañeras de clases, quienes al igual que yo no desmayan ante cualquier piedra en el camino.

Y esto lo traigo a colación con el fin de llegar a todas estas personas que temen ingresar a la universidad por falta de tiempo o por temor a no poder cumplir con las asignaturas. El tiempo lo hay, solo es cuestión de organizarlo, créanme que se puede. (Mi madre casi pega un grito al cielo un viernes en la noche que me vio en la casa leyendo la Constitución). Así que ya saben: es cuestión de prioridades, sé que después de lograr esta meta trazada podré seguir con las rumbas y todas las parrandas que me estoy perdiendo.