Había gran hambruna en el mundo entero. Uno por uno los pueblos de oriente y occidente, del norte y del sur se sumieron en caos total. Hombres y mujeres irrumpieron en la casa de sus vecinos para quitarles lo poco que tenían; había batallas continuas en las calles; el delito y la violencia entre la gente era la tónica.
Sólo unos pocos gozaban de bienestar, y eran los ricos de cada pueblo. En cada reino, apenas formaban un puñado de privilegiados, quienes tenían comida y casas decentes.
Pronto los pobres y hambrientos de cada reino se fueron amotinando. Asaltaban los castillos y las casas de los ricos. Entraban a la fuerza en los comercios para llevarse comida y telas que vender. Mataban cualquier animal que estuviera por las calles.
Entonces los reyes se reunieron preocupados de lo que estaba ocurriendo. Entre ellos estaba Poro, el rey de los persas. Fue él quien les dijo qué había hecho en su país para salvar la situación. Cuando las cosas se pusieron muy feas, Poro hizo público un decreto: "Donde un pobre muera de hambre dentro de nuestros muros, tomaré por cada pobre un rico. Y en la prisión también él morirá de hambre".
Nadie murió de hambre en aquel país. Y los ricos no tuvieron que pasar hambre con los pobres, sino repartir algo de su abundancia.
Entonces todos aplicaron en sus reinos ese decreto persa, y fue así como poco a poco la violencia y el hambre fueron desapareciendo.
|