Los malos olores de la basura y las aguas servidas, dan la bienvenida a quien visite la barraca ubicada en una de las esquinas de la avenida Frangipani, en la que sus tablones crujen cada vez que alguien da un paso y dan la impresión de que la vieja casona se viene abajo.
Sus pasillos oscuros, que dan pie a que los asaltantes hagan de las suyas, guían hacia unos baños comunales, en los que el agua potable sale sin detenerse de un tubo que carece del grifo, pues fue víctima de los dueños de lo ajeno.
Así viven más de 30 familias, quienes temen que la barraca se caiga en cualquier momento, y el miedo crece cada vez que se inician las lluvias, porque los cuartos se inundan cada vez que llueve, dicen los moradores de la barraca.
La mayoría de los que habitan esta casona son de escasos recursos económicos. Llegan a la capital, de distintas partes del interior del país, en busca de un futuro mejor para ellos y sus familias.
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