Mi pequeña niña mimada. Frágil, quizás porque su salud durante sus primeros años fue muy vulnerable y la criamos con mucha sobreprotección.
En una de esas noches en que nos disponíamos a pasarla juntos viendo una película o jugando, se produjo un apagón en el barrio donde vivíamos. Ella sintió mucho temor, pues no era usual que hubieran apagones en la ciudad. Mi esposa encendió una vela para iluminar el ambiente mientras que yo abrazaba a mi pequeña para darle protección y trataba de comunicarle algo, que no sólo fueran vanas palabras, para fortalecer su ánimo.
Entonces noté que podía sacarle partido a las circunstancias, me acerqué lentamente hasta el extremo del cuarto donde estaba colocada la vela. La proyección de mi sombra en la pared contraria se hacía cada vez más grande cuanto más cerca me hallaba de la luz; luego, retorné lentamente hasta ella y le pregunté: ¿Aprendiste la lección?
Ella me miraba desconcertada, pero al menos había logrado distraer su atención, que era lo que pretendía desde un inicio, y luego le dije: esa vela que esta allí es como la luz de Dios, cuanto más cerca estamos de Él, el resplandor de su gloria nos hace grandes y fuertes, pero cuando estamos lejos somos débiles y pequeños... ¿Quieres acercarte a su luz?
Sus ojitos vivaces me miraban con un brillo nuevo mientras asentía con su cabecita en un signo inequívoco de afirmación, la cubrí con mis brazos y juntos elevamos una sencilla oración a nuestro Dios.
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