Un dragón, cansado de la falta de ilusiones y y atrapado en una isla, en algún lugar del mundo, observaba detenidamente a diario su rostro escamoso, en un manantial cristalino.
Derramaba una y otra lágrima al ver reflejado en aquellas aguas, en lo que se había convertido él, pero aun así, seguía con su vida.
Un día inesperado entendió que no podía seguir esperando por un habitante de aquella isla que lo mirara de forma especial. Tenía que él mismo ser su fuerza, no podía depender de alguien más. Por eso se fue un tiempo, pero todo seguía igual.
Cansado de vivir sin ilusiones y en una total monotonía, volvió con su único amigo, el manantial, y derramó una lágrima, pero esta era diferente de las muchas anteriores, porque era una lágrima vertida por el esfuerzo de ser alguien mejor, con fuerzas para luchar.
Al mirar las aguas de su amigo, sin que el dragón tuviera tiempo de percibirlo, se transformó en un valiente y apuesto guerrero.
Fue así como descubrió un habitante que estaba en la isla, al otro lado del manantial. Siempre estuvo allí. Se trataba de una hermosa chica que en ese momento se encontraba a su lado, mirándolo de forma especial, tal como lo había soñado.
Muchas veces malgastamos energía y lágrimas en lamentarnos, mientras hay un mundo hermoso que no nos permitimos disfrutar.