Hace ya algún tiempo, un hombre me dijo: No creo en Dios. -Y si no cree en Dios, ¿en qué cree? -le pregunté.
Creo en lo que veo -me respondió-, en lo que se puede comprobar por medio de los sentidos.
Hay una cosa cierta -le dije- usted y yo estamos aquí. ¿De dónde venimos?
Venimos del mono. Cree en la teoría de la evolución, ¿no es cierto? Sí, señor -me dijo-. Eso es lo que creo. ¿Ha visto algún mono en proceso de convertirse en hombre? Tengo que confesarle que no lo he visto. ¿Sabe de alguien que alguna vez, en alguna ocasión de la historia, haya visto a un mono en proceso de evolución? No. Tampoco sé de alguno que haya visto tal cosa. Luego, entonces confiesa que cree en lo que no ve, en lo que nadie ha visto ni verá jamás. Usted ha dicho que necesita pruebas palpables para creer. ¿Puede presentarme pruebas sensibles, palpables, razonables, sensatas, que corroboren la teoría de la evolución?
El hombre se quedó pensando un momento y dijo:
¡Y cómo iba a tenerlas! Si la evolución fuera una ley de la naturaleza, nos encontraríamos ahora mismo con peces, lagartos, gatos, perros y monos en proceso de evolución. Esto no existe, ni hay evidencia de que haya existido jamás.
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