Erase una vez una pequeña vela que vivió feliz su infancia, hasta que le entró curiosidad por saber para qué servía ese hilito negro y finito que sobresalía de su cabeza.
Una vela vieja le dijo que ese era su "cabo" y que servía para ser "encendida". Ser "encendida", ¿qué significaría eso? La vela vieja le dijo que era mejor que nunca lo supiese, porque era algo muy doloroso.
Nuestra pequeña vela, aunque no entendía de qué se trataba, comenzó a soñar con ser encendida. Pronto, este sueño se convirtió en una obsesión. Hasta que por fin un día, "la Luz verdadera que ilumina a todo hombre", llegó con su presencia contagiosa y la iluminó, la encendió. Y nuestra vela se sintió feliz.
Muy pronto se dio cuenta de que haber recibido la luz constituía no sólo una alegría, sino también una fuerte exigencia… También se dio cuenta de que en el mundo existen muchas corrientes de aire que buscan apagar la luz. Y desde el interior, se unió la llamada fuerte a defender la luz de ciertas corrientes de aire que circulan por el mundo.
Su luz le permitió mirar más fácilmente a su alrededor y alcanzó a darse cuenta de que existían muchas velas apagadas porque no habían tenido la oportunidad de recibir la luz, por miedo a derretirse o porque no pudieron defenderse de corrientes de aire. Entonces se dedicó a encender velas para que hubiera mucha luz en el mundo.
Cuando presentía que se acercaba el final, porque se había consumido totalmente al servicio de la luz, dijo con voz muy fuerte y con profunda expresión de satisfacción en su rostro: ¡Cristo está vivo en mí!
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