Un amigo se encuentra donde uno menos se lo imagina. Soy fiel testigo de eso.
Debo aclararles que estoy escribiendo esta columna desde Oklahoma, Estados Unidos. Estoy aquí en compañía de otros 12 periodistas latinoamericanos, a quienes invitó el Departamento de Estado para que conociéramos su cultura, su democracia, algunas de sus universidades, en fin, la vida de los estadounidenses. Pero, además de los latinos, hay otros grupos de distintas culturas y regiones del planeta. En total, somos unos 200 comunicadores sociales.
Lastimosamente, pese a que debiera ser una florida primavera, el frío no quiere cederle paso al calorcito. Hasta los cerezos de Washington, donde también estuvimos, se marchitaron antes de tiempo.
En consecuencia, siete miembros del grupo latinoamericano nos hemos enfermado y nos atacó un resfrío. No es nada grave, pero puso a prueba la calidad de los participantes.
Los que no se enfermaron, estuvieron en todo momento pendientes de los enfermos. "Ven, usa mi abrigo", "te traje una sopita", "te traje un juguito", "¿cómo te sientes?", "no te mojes", "¡cuidado!", eran las frases que más se escuchaban de ellos. La gira sigue y cada uno cuida del otro, como si de su hermano se tratase. Si eso no es amistad, solidaridad y sentimiento de hermandad, entonces no puedo ponerle otro calificativo.
Hace sólo una semana, ninguno de nosotros nos conocíamos. Cada uno llevaba vidas diferentes, inmersos en el trabajo, nada fácil, del periodista.
Ahora, somos una familia, porque cada uno ha ganado 12 hermanos y varias "tías", que son nuestras guías acá. ¡Ah! También hemos ganado un tío y una tía muy jóvenes, pero muy importantes para nosotros, porque son nuestros intérpretes. Por tanto, la familia es grande.
Todo esto demuestra que la amistad es más que un concepto, la amistad son cada una de las pequeñas acciones diarias que van uniendo a los seres humanos, sin importar cuándo, dónde y por qué se conocieron. Este grupo es un ejemplo de eso y yo me alegro de pertenecer a él.
|