En su buzón de correo, Ruth encontró una carta sin estampilla ni sello postal. Decía: "Querida Ruth: Voy a estar en tu barrio el sábado en la tarde y quisiera verte. Te quiere, Jesús".
Ella temblaba y se preguntaba por qué Él quería verla, si ella no era nadie en especial.
Pensó que tenía que ofrecerle algo de comer. Sólo tenía B.5.40. Le compró pan y embutidos y le quedaron 12 centésimos. Pero estaba contenta.
De pronto se encontró con una pareja, ambos vestidos con harapos y tiritando de frío. "Señorita, ¿puede ayudarnos? No tenemos trabajo y vivimos en la calle, nos estamos congelando y tenemos mucha hambre", le dijeron.
Ella contestó: "Soy pobre también. Me gustaría ayudarlos, pero lo único que tengo es para brindarle a un invitado especial".
Ellos comprendieron y se alejaron. Pero Ruth no pudo soportar esto y los llamó: "Señor, tomen esta comida, puedo servir otra cosa a mi invitado", y entregó los víveres; además de su abrigo para que se cobijaran. La pareja le agradeció el gesto.
A medida que regresaba a casa, pensaba qué ofrecería a su invitado. Al llegar, encontró otro sobre en el buzón, aunque el cartero no llegaba dos veces el mismo día. El mensaje la dejó atónita: "Querida Ruth: Gracias por la comida y gracias también por el abrigo. Te quiere, Jesús".
¿Hubieras hecho tú lo mismo? Recuerda que Dios está presente en cada ser desvalido, que también es tu prójimo, al que demostrarás amar como a ti mismo.
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