Un monje muy santo que vivía en el desierto, ayunaba a menudo y había abrazado la más abnegada pobreza. Se decía que era el hombre que estaba más cerca de Dios. Un día llegó a oídos del monje lo que la gente decía de él, y le preguntó a Dios: "Dime, Señor ¿es cierto lo que la gente dice de mí, que soy el hombre más santo y el que está más cerca de Ti?". -"¿De veras quieres saberlo?", preguntó Dios... El monje contestó: "Si hay alguien más santo que yo, debo ser su discípulo para acercarme más a Ti". Dios le dijo: "Muy bien, ve al pueblo más cercano y pregunta por el carnicero, él es el más santo". El monje se sorprendió con la respuesta, pues en aquella época los carniceros tenían mala fama. Llegó al pueblo y pudo observar al carnicero, le pareció de bruscos modales, malhumorado y vio que cada chica hermosa que llegaba a la carnicería, era mirada de forma "no muy santa" por él. Cuando se disponía a cerrar el negocio, el carnicero le preguntó qué quería y el monje le contó lo que le había llevado a verlo. "Mire, yo no dudo de su palabra, pero yo soy un gran pecador, no voy a la Iglesia con frecuencia. Pero en fin, mi casa es su casa". Y le invitó a pasar y a comer con él, mientras entraba a una habitación en donde un anciano acostado recibió todo el cuidado del carnicero, quien le dio de comer y lo arropó con cariño para que durmiera. "Perdone mi indiscreción" -le dijo el monje al carnicero - "¿es su padre?". "No lo es, en realidad es una larga historia. Este hombre fue quien mató a mi padre. Cuando vino al pueblo, mi primer impulso fue matarlo para vengarme, pero estaba viejo y enfermo y sentí pena por él. Luego recordé a mi padre, que siempre me enseñó a perdonar y en su nombre decidí tratarlo con amor, como hubiera tratado a mi padre si viviera".