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ENTRE NOS
Chicha de corozo

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

Cuando voy a David, no puedo regresar sin mi bienmesabe y mi queso, esos deliciosos productos chiricanos elaborados por hombres y mujeres diligentes y trabajadores.

Encontré esas delicias después de haber recorrido gran parte de David, pues ya el mercado grande, aquel en que los olores a chicha de maíz tostado me trasladaban automáticamente a mi niñez, fue desalojado y ahora los vendedores están por todos lados y no se les encuentra en un lugar específico.

Cuando al fin encontré el bienmesabe, hice otro hallazgo: la chicha de corozo. Inmediatamente recordé a mi abuela materna.

Cada bola de corozo para hacer la chica la venden ahora a 50 centésimos. Yo la vendería a 50 dólares, tomando en cuenta el trabajo que conlleva.

Primero, hay que coger el corozo de la palma (que tiene espinas), luego se cocina por varias horas. Después se pela (la coraza es dura), posteriormente se machaca, uno por uno, con una piedra grande y, finalmente, se coge todo el corozo machacado y se forman bolas, como del tamaño de una de softbol, para venderlas.

Mi abuelita "Changa" tenía una piedra grande, como del tamaño de una batea, con una hendidura en el centro. Allí colocaba los corozos, que partía con otra piedra. Era muy pobre y crió a mi madre y a mis cuatro tías, a punta de vender chicha de corozo y de maíz tostado, otra delicia chiricana que lleva gran trabajo, porque el maíz debe tostarse y ponerse al sol.

Ella caminaba grandes distancias, hasta el pueblo, sin zapatos, a pleno sol, para vender la bola de chicha a medio real.

Mi abuela murió cuando yo era muy pequeña, pero jamás olvidaré aquel platón sobre su cabeza, cuando vendía las chichas, más por placer que por necesidad, porque la costumbre era más fuerte en ella que la voluntad de descansar.

Por eso, cuando voy a David, no sólo paso al área del mercado por placer, sino por nostalgia y amor por mis raíces.





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