Un hombre susurró: Dios, habla conmigo.
Y un Ruiseñor comenzó a cantar, pero el hombre no oyó.
El hombre repitió: Dios, habla conmigo, y el eco de un Trueno se oyó, mas el hombre fue incapaz de oír.
El hombre miró alrededor y dijo: Dios, déjame verte.
Una Estrella brilló en el cielo, pero el hombre no la vio.
El hombre comenzó a gritar: Dios, muéstrame un milagro.
Un Niño nació, mas el hombre no sintió el latir de la vida.
El hombre comenzó a llorar y a desesperarse: Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo...
Y una Mariposa se posó suavemente en su hombro. El hombre espantó la mariposa con la mano y desilusionado continuó su camino, triste, solo y con miedo.
Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo, mas no así el de tus discípulos que hablan en tu nombre.
Yo comprendo la voz de tus alas y el silencio de tus árboles.
Comprendo la escritura de tus estrellas con que nos explicas el cielo.
Comprendo la líquida redacción de tus ríos y el idioma soñador del humo, en donde se evaporan los sueños de los hombres.
Yo entiendo, Señor, tu mundo, que la luz nos describe cada día con su tenue voz.
Y beso en la luz la orilla de tu manto. El viento pasa enumerando tus flores y tus piedras.
Y yo, de rodillas, te toco en la piedra y en la flor. A veces, pego mi oído al corazón de la noche para oír el eco de tu corazón.
Tu lenguaje es sencillo y yo te comprendo, Señor.
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