Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior.
Un día, el marido -luego de pensarlo mucho- le propuso a su esposa que iría lejos a buscar empleo y regresaría cuando pudiera darle una vida más digna. Pero le pidió que lo esperara y le fuera fiel. Después de días de caminar, encontró una hacienda y pidió hacer un trato con su jefe: Déjeme trabajar por el tiempo que yo necesite y coloque en una cuenta de ahorro todos mis salarios hasta el día que me vaya. El joven trabajó durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso. Fue cuando le dijo a su patrón que regresaría a casa. El patrón le hizo otra propuesta: Yo te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero, y te vas. El joven quiso los consejos, que eran: nunca tomes atajos en tu vida, nunca seas curioso de aquello que represente el mal y el tercero es que nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor.
Después de darle los consejos, el patrón le dio tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero para comer con su esposa cuando llegara a su casa.
El joven partió y un hombre le aconsejó tomar un camino corto, pero se acordó del primer consejo y retomó el camino largo. Se dio cuenta de que en el primero hubo una emboscada. En una posada, escuchó ruido, pero no salió porque recordó el consejo. Hubo un robo y mataron a los huéspedes que salieron. Al llegar a casa, vio a su esposa con un hombre; pensó matarlos, pero recordó el último consejo. Era su hijo. Y cuando partió el pan, se encontró todo su dinero, el pago de sus veinte años de dedicación. Agradeció a Dios.
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