Sin duda alguna, la vida es una permanente sorpresa. Mientras haya vida hay esperanza, y esta esperanza se agiganta si vivimos una vida consagrada al Señor.
"Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia", (Filipenses 1:21).
Aprende a disfrutar de todas las cosas de la vida, de tu familia, de tus amigos, de todas y cada una de las bendiciones que te ha dado Dios.
¡Disfruta de poder caminar, reír, saltar, cantar y mirar la salida y puesta del sol cada día!
Disfruta del pan que ingieres cada mañana, del aire que respiras, disfruta al máximo del viento que acaricia tu rostro en una tarde soleada del verano, y particularmente disfruta de saber que estás vivo.
La vida es una permanente sorpresa, llena de buenos y malos momentos, donde cada situación difícil vivida es una oportunidad o una prueba que nos prepara para dar respuesta a la siguiente oportunidad.
Aprende a ver la vida como un continuo renacer adornado por un permanente estado de sorpresa, maravillándote de poder ver y sentir la luz de sol y respirar cada minuto.
La vida es una permanente sorpresa, en donde Dios aparece en cada punto del camino, regalando dádivas y bendiciones espirituales y materiales, y guardándonos del mal. Si bien, en la vida no todo es color de rosas, los caminos de Dios siempre son de colores, son caminos llenos de oportunidades y esperanza. Vivir para Dios no comercializa nada, no busca réditos, una vida rendida a Dios busca dar y no pedir ni quitar nada.
Vive la vida con alegría y verdad, desecha la hipocresía de querer agradar a los hombres, concéntrate en exaltar a tu Creador, deja que Dios gobierne toda tu existencia.