El hambre tenía a los náufragos más flacos de lo que eran. Una vez que cazaban una caguama todos se pegaban a la herida por unos minutos y tomaban sangre para hidratarse. Luego, le cortaban la cabeza y la sangre la tiraban en un tanque, eso se cuagulaba y lo repartían como gelatina.
La tortuga era abierta, apartaban la grasa y la carne para luego repartirla en partes iguales. Algunos no comían la manteca. "Yo todo eso me lo comía, pero ya al pasar los días... qué va, el hambre obligó y los que no comían pedían", narró don Manuel.
Esa rutina la hacían cada cuatro días para ahorrar balas. Fue un buen día cuando uno de los viajeros divisó algo en el horizonte. Ellos creían que era una paloma, otros decían que era un barco. Fue cuando buscaron una tela blanca, la pusieron en una vara y la ondearon de lado a lado para ver si los veían, pero así mismo desapareció entre el mar.
La esperanza hacía que los viajantes miraran hacia donde veían el objeto y uno de ellos vio el barco que venía de frente. Saltaban de alegría; era una tripulación que no hablaba español, por lo que cada quien se las ingenió y ellos comprendieron que eran panameños y se alegraron.
Al subir al barco, les dieron un vasito de un caldo y les llamó la atención que con lo hambrientos que estaban, les dieran tan poca comida, pero bebieron mucha agua dulce fría. El cansancio los hizo dormir y al despertar estaban hinchados. Corrieron donde el capitán quien les dijo que era normal y que ya podían comer. "Ese hombre sabía mucho de la marina y cómo mantener la tripulación", aseguró Rodríguez.
Los siete navegantes fueron llevados a Islas Galápagos, de donde viajaron en avión hacia Panamá. Al comunicar que de ocho solo iban siete, provocó incertidumbre entre los familiares. Todo el país se abocó a la calle a ver a los sobrevivientes.
Cada uno se fue hacia su casa. En Siento Bonito de Soná, ya “Negro Galápago” no aguantó las lágrimas al ver a su mujer y su hijo en brazos y lloró de felicidad, pues Papá Dios le daba la dicha de volver a ver a su familia.
Actualmente, él permanece en la calle Mariano Arosemena donde está su casa, rodeado de su familia y vecinos quienes lo adoran y para muchos es una leyenda en este pueblo, por la gran hazaña demostrada hace 52 años. Ahora, su sueño es hacer un libro de toda esa travesía y verlo impreso antes de morir, sueño que ha tratado de hacer a lo largo de los años, pero debido a la falta de recurso económico se le ha hecho imposible.