Aunque se me caiga la cara de vergüenza, tengo que decirlo: los temas de esta columna tienen a mucha gente cansada. Para consolarme pienso al revés, que la gente cansada que compra el periódico, no quiere saber de mis temas, no porque sean míos, sino porque al mundo mismo, con su carga de dilemas, le importa a todos una remolacha.
Hay días cuando verdaderamente me esfuerzo y trato de exponer una clara doctrina política, para enterarme desconsolado que a nadie le importó y que pasaron la página como si se tratara de cualquier anuncio de zapatos, y no lo que es: una estupenda fórmula (otra) para salvar al país.
En cambio, cuando escribo de lo trivial, por ejemplo, del perfil casi perfecto, como tallado a mano, de una mujer que a media calle me detiene para preguntar qué hora es y me lanza un beso en acción de gracias, cuando le digo "la una, mi amor", el teléfono no para de sonar en días, felicitándome por las palabras que usé para describir las pompis de la chica.
Eso me hace pensar que el mundo está de cabeza. No puede ser que a nadie le interese mi plan de contingencia para reducir el porcentaje de pobreza y estén más contentos al leer anécdotas locas, que me acosan desde el pasado y me obligan a escribir artículos que tienen la cómica forma de un huevo.
También sé que no tiene que agradarle a todo el mundo lo que escribo. Sólo sé que como tú, que me lees hoy, el país entero tiene el alma laxa y fría por el desconcierto, y resulta una ofensa de mi parte ponerme a pontificar desde este espacio, donde la mayoría busca una ventana para mirar y oler las flores, y no otra desolada azotea desde donde tirarse de cabeza, alentados por la amargura y pesimismo que puedan inspirarles mis palabras.
Así que seguiremos así, escribiendo casi de nada, como hoy.
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