
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Trabajan bajo el sol o la lluvia.
Solo quieren que alguien las ayude.
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Trabajan bajo el sol o la lluvia.
Solo quieren que alguien las ayude.
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Trabajan bajo el sol o la lluvia.
Solo quieren que alguien las ayude.
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Trabajan bajo el sol o la lluvia.
Solo quieren que alguien las ayude.
Siempre alguien se apiada de ellas.
FOTO: ROBERTO BARRIOS
Trabajan bajo el sol o la lluvia.
Solo quieren que alguien las ayude.
Esta es la historia de Yolanda Obando, quien en su segundo embarazo enfrentó problemas al dar a luz. Admitió que en ese tiempo era una joven inmadura y no hizo caso a las indicaciones de los médicos de permanecer tranquila y hacer el máximo esfuerzo para traer al mundo a su hija de forma natural; sin embargo, nada de esto resultó y por una cesárea de emergencia, producto de un sufrimiento fetal, nació Nayara García.
Al pasar los días la bebé tuvo otras complicaciones a raíz del traumático nacimiento. Entre ellas meningitis, hemorragia intracraneal y parálisis cerebral.
Nayara ya tiene 29 años, pero depende enteramente de su madre, quien todos los días se ubica en un semáforo entre San Francisco y Punta Pacífica a vender algunas pulseras con el propósito de llevar el pan a la mesa.
Ella reside en Santa Marta, San Miguelito, y desde las 5:00 a.m. aborda un metrobús con su hija en la silla de ruedas, que las deja en La Cresta. Y de allí toman un taxi que las lleva al sitio donde Yolanda empieza su faena, que transcurre bajo el sol o la lluvia y los desprecios de la gente, pero ella sabe que si no termina de vender la mercancía, su hija no comerá.
Ahora la situación de ambas es crítica, pues las ventas han bajado y las medicinas que Nayara necesita están caras, por lo que son pocas las ocasiones en que las puede comprar.
Son ocho años que lleva la señora Yolanda vendiendo accesorios, pues no tiene apoyo de nadie y lo único que pide es una mejor calidad de vida para su hija.