No me voy a quejar! Lamentablemente, creo que más que quejarnos, debemos examinarnos a nosotros mismos.
La creencia es que el gobierno anterior no servía, y la creencia es que el gobierno actual no sirve; cuando pase el tiempo, la creencia general será que el gobierno que venga después de éste, tampoco estará sirviendo para nada. Por eso, estoy empezando a sospechar que el problema está en nosotros. Es decir, en nosotros como pueblo. En nosotros como materia prima de un país.
Porque pertenezco a un país en donde "el juega vivo" es la moneda que se valora más que el dinero. Un país en donde hacerse rico de la noche a la mañana pegado a una "botella" o a una prebenda del gobierno, es lo que da "buco de bille". Sólo pensamos en ganar la lotería, en el casino, el bingo o en jurar por la cabeza de un caballo en el hipódromo. Eso pareciera ser más importante que formar una familia a largo plazo.
Este es un país donde una persona tranca la salida del garaje de nuestras casas, y si uno le llama la atención al abusador y hace que aparezca para que retire su carro, entonces esa persona se sale con una sarta de insultos diciendo que la calle es pública, como si el infractor fuese uno. Un país donde un par de señoras puede recorrer todo un supermercado, y mientras compran, hablan pestes de la moral del gobierno, del incumplimiento de las leyes y de la ineptitud de sus colaboradores; pero, después, a pesar de que sus carritos tienen 27 artículos, se hacen las "pendejas" y se meten disimuladamente en la cola del cajero que es para "un máximo de 10 artículos". Y si alguien quiere reclamarles o quejarse ante el gerente, queda ante ellas y ante los demás como un soplón, sólo por intentar hacer cumplir una norma tan sencilla.
Pertenezco a un país en donde, lamentablemente, los periódicos jamás podrán venderse como en Estados Unidos; es decir, introduciendo monedas en una máquina dispensadora y sacar un solo periódico, dejando a los demás en donde están. Si ese fuera el sistema de venta aquí, La Prensa, El Panamá América, La Crítica, etc., quebrarían en corto tiempo.
Pertenezco a un país donde las empresas privadas constituyen librerías particulares para que sus empleados deshonestos se lleven para sus casas, útiles como resmas de papel, bolígrafos, lápices, carpetas, marcadores, ligas y todo lo que puede hacer falta para la tarea de sus hijos; inclusive, usan las computadoras del trabajo para asuntos personales.
Pertenezco a un país donde el turismo no progresa; no porque no tengamos bellezas naturales que mostrar, sino porque nos cuesta conseguir panameños para los cuales la hermosa profesión de servir y atender visitantes no sea considerada como una vejación o humillación.
Pertenezco a un país en donde la gente se siente "realizada" cuando hace una conexión bruja con una araña ilícita al poste eléctrico, a Cable Onda o al acueducto, para no pagar nada.
Pertenezco a un país en donde hay que dejar pasar al "vivo" que, en una cola más o menos ordenada, se pasa por el hombro de la calle a 15 ó 20 carros, dejándonos pensar que somos unos tontos por no hacer lo mismo. Se dice que "la calle está dura", pero le pides a un taxi que te lleve a tal lugar, y muy campante te dice que "pa'allá no voy". Se trata de un país donde la gente está llena de fallas, pero que disfruta criticando a sus gobernantes, tanto a los anteriores como a los actuales, pues crea una ilusión psicológica que, aparentemente, eleva la estatura moral y espiritual del que critica. Mientras más critican al gobierno anterior o al actual, tildándolos de corruptos, mejor se sienten como personas, a pesar de que, con orgullo, dicen que su hijo "pirateó" el examen de matemáticas en su escuela.
Somos gente que, sabiendo perfectamente que el semáforo va a cambiar y no nos va a dar tiempo para cruzar la calle, dejamos el carro atravesado en la bocacalle, obstruyendo el paso para que crucen los vehículos hacia el otro lado. Estamos en un país en donde el tráfico es infernal, y a las horas pico desaparecen por encanto los agentes del orden público.
No me voy a quejar, puesto que, aunque venga un nuevo gobierno, éste tendrá que trabajar con la misma materia prima humana defectuosa que, como pueblo, somos nosotros mismos. No tengo ninguna garantía de que el gritón de mañana pueda hacerlo mejor. Y mientras nadie señale un camino destinado a erradicar primero los vicios que tenemos como pueblo, nada servirá.
Ni el Toro ni Mireya ni el que venga. Somos un país en donde las universidades siguen graduando legiones de abogados, ingenieros, arquitectos, carreras diplomáticas, etc. que saturan el mercado laboral y crean la sociedad desilusionada y rencorosa; mientras que colegios como el Artes y Oficios, el Instituto Nacional de Formación Profesional (INAFORP) y el Instituto Don Bosco se quejan del poco alumnado. Nadie desea aprender oficios en los que es necesario ensuciarse las manos. Vemos con orgullo; pero, además con preocupación, que el 75% de los graduandos de las universidades, en todas las carreras, inclusive médica, y que ocupan los primeros puestos, son del sexo femenino. ¿Será que nos estaremos enrumbando hacia una sociedad matriarcal?
Vivimos en una sociedad en la que los carnavales son fiestas sacrosantas, que incitan al despilfarro y a la euforia de varios días. Esta parranda desenfrenada termina con numerosos embarazos precoces, lo que hace que aumente cada año la paternidad irresponsable.
Es muy sabroso ser panameño y vivir a lo "panameño". Pero cuando esta "panameñidad" empieza a hacerle daño a nuestras posibilidades de desarrollo como nación, ahí la cosa cambia. Ojalá que cambiemos todos; porque si no lo hacemos, cambiar gobiernos no cambia nada. Porque cambiar gobiernos sin que cambiemos nosotros, es lograr que nada cambie jamás.
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