E l mar estaba muy picado hacía varios días. La visibilidad era muy precaria. Tan pronto oscureció, uno de los marinos anunció: "Atención, una luz está brillando hacia el norte". "¿Se está moviendo o está quieta?", preguntó el capitán. "¡Se está moviendo!" -respondió el segundo. El capitán llamó al encargado de las señales y le dijo: "Avísele a esa embarcación que si sigue en esa dirección, está en grave riesgo de estrellarse contra nosotros. Aconséjele que vire 20 grados hacia el este".
Como no hubo respuesta y la luz seguía acercándose, el capitán decidió encargarse personalmente de la situación.
"Atención, atención. Habla el capitán de este gran acorazado. Le advertimos una vez más, cambie de curso o nos estrellaremos contra ustedes". "Háganlo ahora", insistió el capitán con firmeza.
Entonces, una voz tranquila y segura le respondió: "Aquí habla el marinero Pérez. Cambie usted 20 grados hacia el este".
Al oír esto el capitán, ya salido de casillas y casi gritando, dijo: "Por última vez, marinero. Este es un barco de guerra, vire inmediatamente 20 grados hacia el este".
Y la respuesta que recibió fue: "Yo soy el faro. Usted es el que debe cambiar de curso".
A veces queremos que los demás cambien y hasta los amenazamos con estrellarlos. Es más fácil que tú cambies. Tú diriges tu barco. Ve a donde tú quieras, y como todo buen capitán, sé flexible en la forma de construir los caminos. Escucha lo que los demás tengan que decir. Te puedes evitar una colisión.
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