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Los miedos infantiles
La oscuridad y estar solos son sus mayores temores. (Foto: Cortesia)

Pilar Lara | Psicóloga
La tendencia natural es que vayan desapareciendo cuando ellos y ellas diferencien la realidad de la fantasía.

Los miedos en las etapas infantiles

PRIMERA INFANCIA

Los diferentes estadios de desarrollo conllevan asociados la preponderancia de un tipo u otro de miedos. Según algunos autores, los bebés no comienzan a manifestar el sentimiento de miedo antes de los seis meses de vida. Es a partir de esa edad cuando empiezan a experimentar miedos a las alturas, a los extraños y otros.

Entre el año y los 2 años y medio se intensifica el miedo a la separación de los padres a la que se le suma el temor hacia los compañeros extraños. Es en esta etapa, cuando empiezan también a surgir los primeros miedos relacionados con pequeños animales y ruidos fuertes como pueden ser los de una tormenta.

ETAPA PREESCOLAR (2, 5, 6 AñOS)

Se inicia una evolución de los miedos infantiles. Se mantienen los de la etapa anterior (extraños, ruidos) pero van incrementándose los posibles estímulos potencialmente capaces de generar miedo. Ello va en paralelo al desarrollo cognitivo del niño. Ahora pueden entrar en escena los estímulos imaginarios, los monstruos, la oscuridad, los fantasmas, o algún personaje del cine.

6 A 11 AñOS

El niño alcanza la capacidad de diferenciar las representaciones internas de la realidad objetiva. Los miedos serán ahora más realistas y específicos, desapareciendo los temores a seres imaginarios o del mundo fantástico.

Puede presentarse, dependiendo de las circunstancias, temor hacia el fracaso escolar, temores a la crítica y miedos diversos en la relación con sus iguales

ORIENTACIONES PARA COMBATIR EL MIEDO INFANTIL

En primer lugar vivir la situación del niño con tranquilidad, sin mostrar preocupación o angustia. Recordemos que el modelado, es decir, los comportamientos que el niño observa de los padres son los patrones que interioriza. Padres excesivamente preocupados pueden ser un mal modelo y aumentar la tensión.

NO FORCEMOS AL NIñO A EFECTUAR AQUELLAS CONDUCTAS QUE TEME

Hay que trazar un plan de forma que podemos crear aproximaciones sucesivas. Por ejemplo, un niño que teme a la oscuridad. No podemos pretender que lo supere inmediatamente por mucho que se lo razonemos. Hay que crear una gradación de situaciones (por ejemplo, diferentes habitaciones con distintos grados de iluminación hasta llegar a la oscuridad total) para que el niño vaya progresando.

NO RIDICULIZAR AL NIñO POR SUS MIEDOS

En especial, delante de sus compañeros, no reírse de él, no castigar ni sermonear. La atención debe estar dirigida a las posibles soluciones, no a las consecuencias punitivas.

EVITAR VER PELICULAS, O ACTIVIDADES QUE COMPORTEN VIOLENCIA, O TERROR.

Procurar que las personas de su entorno no lancen mensajes amenazadores (si no comes llamaré a....; si no te portas bien se lo diré a.....). No se trata de aislarlo o sobreprotegerlo. Hasta cierto punto el niño debe ir integrando las diferentes emociones y el miedo forma parte natural de nuestra vida desde el inicio. No obstante, siempre será de gran ayuda que estas emociones estén reguladas por el consejo y el acompañamiento de los padres.

Cuando los miedos son más severos, persistentes y alteran significativamente el funcionamiento del niño en su entorno familiar, escolar o social, podemos encontrarnos con trastornos que ya no formarían parte del ciclo evolutivo "normal" sino que deberían ser objeto de tratamiento especializado (fobias específicas, trastornos de ansiedad u otros). Ante cualquier duda, consulte con un profesional de la salud.





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