Creo que me estoy poniendo “chocha”. Por todo me emociono. El béisbol me tocó el corazón.
El sábado, mientras conducía por la vía Centenario, observaba la gran cantidad de buses que transportaban fanáticos del equipo de béisbol de Veraguas. También pasaron ante mis ojos decenas de autos con banderitas santeñas y veragüenses.
Eso me emocionó. Sé que se preguntarán por qué.
Bueno, es simple. La mayoría de las veces, las pequeñas cosas cotidianas nos pasan por el frente y nosotros no las valoramos. Están allí y punto.
Insisto, estoy chocha. Me puse a pensar que vivimos en un país libre, que los panameños no somos violentos; por el contrario, somos alegres, dicharacheros; nos gusta la paz y el jolgorio, y qué mejor momento que la fiesta beisbolera para pasarla bien.
Pero enseguida pasaron por mi mente los crímenes que ya forman parte de la vida cotidiana. Los periodistas reportamos por lo menos un asesinato diario. Así, como si viviéramos en países vecinos donde la violencia es el pan de cada día.
Repentinamente, tuve miedo, y fue entonces cuando sentí deseos de llorar.
Temí que esa fiesta que estamos celebrando, sobre todo los santeños y los veragüenses, dentro de pocos años ya no se dé.
Se me introdujo el gusanito del pesimismo y me puse a analizar que si no cuidamos lo que hoy tenemos, mañana podemos llorar lágrimas amargas. Si dejamos que la delincuencia se siga apoderando de las calles, de los barrios, de las ciudades y hasta del campo, nos comerá el tigre.
Ya es hora de que las autoridades y la sociedad civil nos unamos en un sólo haz de voluntades para erradicarla. Y no sólo eso. Hay que invertir en prevención, pues de nada sirve si sólo lo hacemos en corrección.
Hagámoslo ya, porque si hay algo que nunca debe cambiar es la libertad y la paz de que gozamos hoy.