"Somos seres mirados por el espectáculo del mundo."
Jacques Lacan
Constantemente escuchamos que una imagen vale mil palabras. Es que vivimos tiempos consagrados a la imagen. Es ella quien determina nuestro valor. Somos vistos, luego existimos. Lo triste de este silogismo, es que no implica una valoración del papel del otro en nuestras vidas, sino que los otros valen en la medida de su capacidad de enjuiciar nuestra imagen. Los otros no tienen existencia propia ni otra función que admirar nuestro esplendor.
Bajo esa óptica, el exitoso es aquel que es visto. Quien no lo sea, es un fracasado. Quizá sea esa la razón del porque tanta gente está dispuesta a seguir cuanto consejo absurdo dicten las revistas de moda. Tal vez a la larga, al convertir al otro en un doble mío, es decir, en un espejo en el cual admirarme, no hemos más que entregado nuestro poder y vaciado nuestras vidas.
Los implantes de senos y hasta de labios, me hacen concluir que es así. Dichas operaciones logran que la chica sea admirada, pero dicha admiración termina dependiendo del bisturí que maneja el cirujano plástico. Es vista por los chicos, pero no es gratuito el asunto.
Pero, ¿Y sí de eso se trata el asunto? ¿Y sí el sentido de la vida se reduce a solamente ser visto por los demás? Para una respuesta afirmativa a ambas preguntas, hay que aceptar que cuando estamos solos y sin espejos, lo lógico es suicidarse. Si valgo por ser mirado, no tengo valor al no ser admirado. ¿O no es así? Pero, ¿Y si además de ser seres vistos, también somos seres escuchados?
¿Saben? Creo que nunca podremos renunciar a pronunciar la palabra, ella nos hace valer mucho más que la mera imagen que proyectamos. Es que si decimos una palabra que evoca una imagen, y ella a su vez significa mil palabras, obtendremos otras mil imágenes de nosotros mismos y mil palabras por cada imagen. Y así hasta el infinito. Eso somos nosotros, una posibilidad con capacidad de convertirse en un millón de posibles capacidades. Y eso es ser mucho más que sólo una imagen.
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