¿Por qué las vacas no tienen panties? Rose Marie Tapia.
El pasado es la memoria; el futuro es la expectativa. Pero el presente es la decisión. Y lo mejor de todo, es que toda decisión pasa por una pregunta, o por lo menos el sentido común indica que así debe ser. Debería ser. ¡Ojalá así fuera siempre! Pero bien, sigamos. Nuestra memoria es selectiva y puede ser que sin preguntas, nuestros recuerdos no nos muestren los hechos tal y como ocurrieron; también nuestras expectativas, si no sufren el cincel de las preguntas, fácilmente pueden transmutarse en espejismos. ¡Y eso de los espejismos sí que es un lío!
Todo padre y madre, tío y tía, abuelo y abuela, alguna vez se ha hastiado de la "preguntadera" de su parentela infantil. Nada hay tan martillador, repetitivo, hostigador y acosador y, a veces, hasta acusador, como los porqués de un niño o niña. ¿Por qué esto? ¿Por qué aquéllo? ¿Por qué esto no es aquéllo? ¿Por qué aquéllo se parece a esto? ¿Y por qué? ¿Y por qué? ¿Y por qué?
Que una niña citadina, acostumbrada a observar siempre vestida a la gente que la rodea, pregunte públicamente sobre la ausencia de vestimenta del ganado vacuno, puede ser perturbador. Sin embargo, ¿no es más perturbador y grave que esa misma niña con el paso de los años deje de hacer preguntas? ¡Y eso es lo que nos ha ocurrido! Hemos dejado de interrogar a nuestros interlocutores. Porque la pregunta infantil, a diferencia de la del filósofo, no pretende ser auto-contestada por el niño preguntón, sino por el adulto allí presente.
Hemos dejado de preguntarle a los políticos y funcionarios públicos sobre sus planes y acciones en la gestión pública; a los empresarios y sindicalistas sobre sus incidencias en la economía nacional. Por lo menos, no lo estamos haciendo a tiempo. Roguemos, entonces, porque regresen los preguntones.
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