Silvino Hernández conoce el mar como la palma de su mano, pues fueron muchos los años que allí pasó tratando de conseguir el sustento para su familia pescando camarones para una compañía procesadora.
Cual marino, su vida se movió al ritmo de las olas hasta el día de su despido, desde entonces se ha dedicado esporádicamente a la pesca y a la reparación de trasmallos.
El dinero que gana apenas le alcanza para mantener a su hija y cuatro nietos, con quienes vive en una humilde casa en Puerto Caimito.
Un techo de zinc deteriorado por la salinidad del mar, cuatro paredes de cartón y piso de tierra es el hogar de Silvino y su familia.
A sus 68 años, este hombre mantiene intacto su espíritu de supervivencia, pero sus ojos, opacados por un grave caso de cataratas, ha perdido su brillo.
|