ENTRE NOS
¡Adrenalina!

Elizabeth Muñoz | DIAaDIA

"¡Tú puedes, dale, tú puedes!" El sudor chorreaba el cuerpo del niño de 11 años. Su rostro escarlata, curtido por el sol calcinante, la respiración entrecortada, la vista fija al frente... todo en él denotaba un esfuerzo sobrehumano con un sólo propósito: alcanzar la meta.

Pero no estaba solo. Su madre, que a veces escondía una lágrima furtiva bajo la transpiración de su rostro, corría casi a la par de él, jadeando, con miedo, con el corazón a punto de salírsele del pecho, tensa cual cuerda de guitarra.

Ella sabía que si él llegaba a la meta, después de nadar 600 metros, pedalear 5 kilómetros y correr 4, su autoestima saldría bien librada. Si no lo lograba, todo aquéllo por lo que había luchado, todo el entrenamiento de meses, no serviría sino para sumirlo en el abismo de la autodestrucción. Tenía que llegar, sin importar que fuese el último.

Mientras lo animaba, de reojo observaba a otros que, poco a poco, iban alcanzando la meta, con el último aliento, y tras cruzar la bandera a cuadros, se desvanecían cual castillos de arena, aquejados con dolorosos calambres y falta de oxígeno. Pero lo habían logrado. ¡Eso era lo único que contaba!

Entretanto, ella rezaba una y otra vez, para unirse al grupo de los vencedores junto con su hijo, que le faltaba poco para llegar. Un paso más, otro, otro... tú puedes, dale, tú puedes, no te rindas, mira hacia la meta, dale, dale.. dale.

Y llegó. ¡Sí, llegó! ¡Bendito sea Dios, gracias Señor, gracias!

Y si alguien, por ventura, creyera que esto es producto de mi imaginación, siento decepcionarlo. Esto es lo que ocurre en una competencia de Triatlón, donde el tiempo y el sol son enemigos, pero donde el amor de una madre y el apoyo solidario de un padre, son los grandes vencedores.

Ciudad de Panamá 
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