Ayer, cientos de niños felices, animados por el amor de sus padres, amigos y demás familiares, participaron en sana competencia, pese a sus limitaciones físicas, en las Olimpiadas Especiales. Cada uno de ellos es una prueba de que la familia y el entorno juegan un papel preponderante para ayudarlos a superar las duras pruebas a las que son sometidas aquellas personas que no nacen con todas sus capacidades físicas. Pero eso no es suficiente.
Es absolutamente necesario que el Estado vuelque sus ojos hacia ellos, para que su futuro sea realmente promisorio.
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