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HUERÍSTICA
Juega vivo

David Robinson | DIAaDIA

"Nunca he visto un puñado de perversos hacer un frente tan victorioso a toda una nación... más pueden veintidós perversos que dos y medio millones de hombres buenos". Simón Bolívar

Imaginémonos esta escena: el perro de Vasco Núñez despedaza y engulle a un indígena. Anayansi observa todo y al sentir la mirada del conquistador, dibuja en sus labios una sonrisa. Años más tarde, cuando Pedrarias Dávila ordena decapitar al adelantado del Mar del Sur, también sonríe.

Ahora recordemos. Había dos tipos de esclavos: bozales y ladinos. Los primeros, por ser recién llegados, aceptaban todo pasiva y obedientemente. Los segundos, por ya ser veteranos, se buscaron un mecanismo para sobrevivir a la esclavitud, trabajar menos y, de paso, sacarle provecho al asunto.

¿Será que indígenas, negros esclavos y conquistadores con pocos arcabuces se inventaron el juega vivo para poder sobrevivir a la opresión? ¿Sobrevivir y, de paso, sacar provecho del asunto? ¿Por eso el juega vivo sobrevive generación tras generación? En una estafa, el sobornado y el sobornador obtienen beneficios. Pero, ¿y el estafado? Increíblemente, también. De forma enfermiza. O quizás ni tan patológica. En un estado de desconfianza hacia las instituciones inoperantes y sólo eficaces a la hora de reprimir, el saberse capaz de burlarlas se convierte en una tabla de salvación. ¿El juego vivo existe por un acuerdo tácito de las partes de no acudir a las autoridades, pues siempre con ellas hay más probabilidades de salir peor librado?

Si es así, la infidelidad masculina no es juega vivo, sino una demostración del poder de los machos. ¿Entonces la infidelidad es un subterfugio femenino para sobrevivir al patriarcado inoperante y siempre listo a reprimir a la mujer? ¿Será su juega vivo?

¿No hay remedio para el juega vivo? Sí lo hay. Que las instituciones terminen con los dobles discursos. El juega vivo va a continuar, mientras nuestras sociedades sean sociedades enfermas y dirigidas por enfermos. Cada individuo tiene la posibilidad de dejar de pensar en el que dirán y decidirse a dejar de jugar vivo y comenzar a jugar limpio.





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