Un hombre susurró: "Dios, habla conmigo". Y un ruiseñor comenzó a cantar. Pero el hombre no escuchó, porque espera mucho más que eso.
Entonces, el hombre repitió: "Dios, habla conmigo". Y el eco de un trueno se oyó. Mas el hombre fue incapaz de oír, aunque estaba con la mirada al cielo.
El hombre miró a su alrededor y dijo: "Dios, déjame verte". Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio, porque buscaba entre la gente, los edificios y el ruido.
El hombre comenzó a gritar: "Dios, muéstrame un milagro". Y un niño nació. Mas el hombre no sintió el latir de la vida, porque esperaba algo mucho más contundente.
Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse. Se sentía solo, abandonado, triste, porque el mundo era muy cruel. Fue en ese momento cuando gritó con todas sus fuerzas: "¡Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo...!" Y una mariposa se posó suavemente en su hombro.
El hombre espantó la mariposa con la mano y desilusionado continuó su camino, abatido, solo y con un miedo terrible por todo lo que le rodeaba.
¿Hasta cuándo tenemos que sufrir para comprender que Dios está siempre donde está la vida?¿Hasta cuándo mantendremos nuestros ojos y nuestros corazones cerrados para los milagros de la vida que se presentan diariamente en todo momento y que son fruto del amor de Dios?
Escucha, mira, aprende.
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