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HISTORIAS
Escucha en silencio

Redacción | DIAaDIA

Había un hombre llamado Haakon que cuidaba una ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. Muchos acudían para pedirle a Cristo algún milagro. Un día, el ermitaño Haakon se arrodilló ante la cruz y dijo: "Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la Cruz".

El Señor abrió sus labios y habló. "Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición".

"Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre".

Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Por largo tiempo cumplió el compromiso.

Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después y se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico lo acusó de robo. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, defendió al joven, estos quedaron anonadados y salieron de la ermita. Cristo se dirigió a él y le dijo que se bajara de la cruz. El Señor le dijo que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Porque ese barco se hundió. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo", dijo Dios.





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