Un grupo de vendedores fue a una convención. Todos le habían prometido a sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche. Sin embargo, la convención terminó tarde y llegaron retrasados al aeropuerto.
Todos iban corriendo y de repente, sin quererlo, uno de ellos tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas. Todas las manzanas se regaron y nadie se detuvo, solo uno de ellos respiró hondo, y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas.
Le dijo a sus amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en un vuelo más tarde.
Su sorpresa fue enorme, pues descubrió que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando y tanteando en el piso para recoger las manzanas.
Aquel hombre la ayudó a ordenar las manzanas. Cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña: "Toma, por favor, estos cien pesos por el daño que hicimos. Ella, llorando, asintió con la cabeza.
Y mientras se retiraba el bondadoso caballero la niña le gritó: "Señor, es usted Jesús?" Esa pregunta le llegó al alma, pues recordó que Jesús ha pagada por todas las manzanas podridas que llevamos en la vida.