Rudo y seco en su trato. De él no se podía esperar una pizca de amor. Así era mi padre, a quien supongo quería hacer de mí un militar, siendo yo apenas un chiquillo.
Su mirada y su presencia crearon temor más que respeto. Recuerdos buenos casi no tengo. De mi mente no se escapan los minutos de maltrato hacia mi madre, donde sus hijos eran los espectadores en primera fila. Ese fue uno de los regalos que más recuerdo de mi padre, pero antes de morir en un accidente de tránsito, quiso remediar todos sus errores; sin embargo, no tuvo mucho tiempo. Su hora de partir había llegado.
Esas vivencias las recordé cuando conocí a Luis Tereso y a sus dos hijos. No sé, pero fue la impresión que me dio.
Las primeras palabras que me dijo, aunque vulgares, marcaron otra vez mi vida, pero sé que él tiene buenas intenciones con sus hijos, aunque lo mujeriego nadie se lo quita.
Es por eso que ahora que lo veo discutiendo con sus hijos, que actúan como el agua y el aceite al creerse todos unos varoncitos, sólo me queda imaginarme a mi padre y a mí ocupando esos lugares.
Al menos Luis Tereso está a tiempo de ofrecerle a sus hijos un buen recuerdo, ya que ha tenido la oportunidad de ver crecer a esos chiquillos y está a su lado en las buenas y en las malas.
Espero que no desperdicie la oportunidad de demostrarles cariño y afecto para que cuando Dios le llame, sus hijos le recuerden como un hombre abnegado y no como un monstruo.
Antes de cerrar estas líneas, una vez más quiero decirle a mi padre: "Te perdono".
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