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ENTRE NOS
Huella imborrable

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

Jóvenes aún, esta vez sí voy a conversar con ustedes a través de esta columna.

Cuando un profesor les hace la vida de cuadritos, generalmente lo primero que piensan es que ese bicho aburrido quiere acabar con ustedes. La mayoría de las veces, no es así. Al contrario.

Yo tuve profesores que me exprimieron, pero justamente de ellos aprendí más que de los otros "suavecitos" .

Ahora bien, debo reconocer que tuve profesores divertidísimos, como una a la que le pedí que escribiera por mí una carta a un noviecito que tuve en secundaria. Ella, ni corta ni perezosa, comenzó la "carta" así: "Mi amado, tajado, anaranjado...". Por supuesto, jamás la envié. Esa era la intención de mi profesora. ¡Qué sabia!

Uno de los que más huellas dejó en mí, fue el profesor de Música, Porfirio Méndez.

A él le salieron canas verdes en su tarea de hacernos entender cómo solfear y cómo llevar el ritmo.

Jamás olvidaré que escribía en el tablero unas "zetas" y unos palitos, y luego comenzaba: "Ta, ta, ta... silencio. Ta, silencio. Silencio, silencio, ta", siempre llevando el ritmo, como cuando uno suena un tambor, y señalando las zetas y los palitos. Y mientras el profesor se desvivía por hacerme entender, yo sólo pensaba: "¿por qué escribe z para el silencio, si esa palabra se escribe con s?".

A pesar de que yo no era muy aventajada en eso, él siempre me empujaba a seguir. Recuerdo que tenía un diapasón, un palito que al golpearlo le daba un tono. El quería enseñarnos el sonido de las notas musicales y a respirar con el diafragma. Hacía que tomáramos aire y que lo exhaláramos diciendo "hummmmmmmm". A la vez nos hacía ponernos una mano en la frente. Si vibraba, lo hacíamos bien. Si no, debíamos seguir intentando. Hasta el sol de hoy, no me siento la bendita vibración. Lo que sí siento es un profundo agradecimiento hacia ese maestro de la música, que se le metió que yo sabía cantar y estuve en el coro durante tres años. ¡Lo hice!, y todo porque él me hizo creer en mí. Esos son los buenos profesores: regañones, tercos y exigentes, pero ellos serán los que dejarán una huella imborrable en sus vidas. ¡Háganles caso!





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