El pasado miércoles asistí a la iglesia de Santa Ana por pura casualidad. Cuando pasé por la Basílica Menor Don Bosco me dije: "después visitaré al Santísimo". Empero, esa visita se adelantó. Cuando llegué al parque de Santa Ana vi muchos viejitos sentados leyendo los diarios y comentando las noticias. Sabía que era el aniversario de ese Corregimiento, pero entre tantas cosas que tenía en la mente, se me olvidó que era el día de los abuelitos, en honor a Santa Ana y San Joaquín, abuelos de Jesús, el Mesías. Me dio por entrar a la iglesia y allí, encontré más adultos mayores que jóvenes escuchando la misa.
Cuando ese evento terminó, recorrí varias calles de Santa Ana y encontré al señor Manuel, un viejito de 75 años que miraba desde el balcón de la barraca en la que vive, los fuegos artificiales que indicaban fiestas en el pueblo.
Barbudo como Santa Claus, pero harapiento, sin barriga y con hambre: esa eran las condiciones física de Manuel que en su corta conversación expresó que "de nada sirve tener hijos, si pagan con el olvido". Sí, Manuel se siente abandonado y sostuvo que desahoga su ira reprochándole a Dios por su mala vida. ¡Qué triste!
Manuel está muy sentido. Para él, la felicidad no existe.
Tal vez, hay personas que ya no tienen la presencia física de sus padres, pero hay quienes todavía tienen esa bendición. Cuando nos encontramos con esta situación, aprendemos a valorar la importancia tienen los hijos para los padres y vicerversa. Los abuelos también son creaturas de Dios y merecen mucho amor.
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