Ruth miró en su buzón del correo, pero solo había una carta. La tomó y la miró antes de abrirla. No había sello ni marcas de la oficina postal, solamente su nombre y dirección. Leyó la carta: "Querida Ruth: Estaré en tu vecindario este sábado en la tarde y pasaré a visitarte. Con amor, Jesús".
¿Por qué querrá venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial. No tengo nada que ofrecerle.
Ruth recordó el vacío reinante en los estantes de su cocina.
¡Ay, no! -pensó- No tengo nada para ofrecerle. Tendré que ir a comprar algo; al menos, un poco de pan y alguna otra cosa. Se echó un abrigo encima y se apresuró a salir; el Señor seguramente no tardaría en llegar.
En el camino se encontró con una pareja que le pidió de la comida que había comprado y ella se la dio. Como hacía frío, la mujer, que vestía harapienta, le preguntó por qué no le regalaba su abrigo. Y la protagonista de esta historia así lo hizo.
Pensando que había perdido la cita con el Señor, esta mujer entró en duda por lo que había hecho, pero su alegría más grande fue: "Querida Ruth: Qué bueno fue volverte a ver. Gracias por los alimentos y gracias también por el hermoso abrigo. Con amor, Jesús".