¿Dónde estamos?

Redacción | DIAaDIA

Sexo y más sexo. Eso fue lo que encontré hace unos días en mi correo electrónico. No fue agradable.

Contrario a lo que se experimenta con el ser amado, el tipo de demostraciones sexuales que me llegaron, me dejaron un amargo sabor de boca, por una razón muy simple: tengo hijos.

Fue doloroso, más que bochornoso, ver a una jovencita posando reída, en pleno acto sexual quién sabe con quiénes. No usaban condones los dos hombres con los que estaba (aunque estoy convencida de que eso no es una garantía para no pescar un SIDA). Esto puede parecer muy fuerte para escribirlo en un periódico que es para toda la familia.

Pero me parece que, justamente, esa es una razón poderosa para emitir mi opinión.

En primer lugar, porque abrí ese correo debido a que lo envió un conocido, alarmado por las tomas fotográficas, y me pedía que, como medio, hiciéramos algo.

En segundo lugar, porque me pregunto en qué estamos fallando los padres, la escuela y la sociedad entera como para que una jovencita se preste para semejante acción, tomando en cuenta que esa es la hija de alguien, que esos jóvenes que aparecen con ella son hijos de alguien y que mañana, esos "alguien" padecerán el dolor de cuidar a un hijo a punto de morir carcomido por el SIDA y porque esos "alguien" tendrán que cargar con el peso de un embarazo no deseado de una hija, y porque esos "alguien" llorarán lágrimas de sangre al ver la reputación de su "niña" tirada por el piso y arrastrada barranco abajo por las lenguas, precisamente, de quienes se gozaron en su cuerpo.

Por eso, desde aquí, grito a todo pulmón: ¡Cuidemos a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nuestros jóvenes, para no llorar más lágrimas de sangre!

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