Una luchadora incansable. Agobiada por la situación económica en su país, se vio en la necesidad de emigrar a Panamá por recomendaciones de una amiga que le dijo que era un lugar tranquilo en donde se podía vivir dignamente.
Es de esta manera como hace 10 años sale de Guatemala y llega al Istmo, donde empieza a trabajar vendiendo perros calientes y pastillas en una mesita ubicada en el centro comercial La Gran Estación.
Al ver que era un negocio muy rentable, ahorró B/30.00 y decidió poner su propio negocio. Empezó a vender pastillas, buhonerías y toda clase de checheritos con los que llevaría el sustento a su hogar.
A los pocos días de estar en ese lugar, se vio forzada a salir del centro comercial, pero esta situación no la amilanó y con mucho esfuerzo puso su mesita a un costado del almacén El Fuerte, en San Miguelito.
El destino recompensaría su esfuerzo y su dedicación al trabajo, porque sin pensarlo y sin buscarlo conoció a su esposo, con el que ha encontrado el amor que le hacía falta en su vida.
Cuenta que el que es hoy su esposo llegaba todos los días a su puesto a comprarle pastillas y al verla tan triste le preguntaba qué le pasaba y de repente quedaron siendo amigos y luego pareja.
Con la ayuda de su esposo ha sacado su negocio adelante, ya que ella trabaja de 5:00 a.m. a 9:00 p.m. y su esposo de 9:00 p.m. hasta las 3:00 a.m., luego se va para su trabajo en la Universidad Tecnológica.
Del futuro no piensa mucho, pues vive el día a día y lo único que anhela es educar a su hija que actualmente cursa el cuarto año, para que sea una buena profesional y tenga todo lo que ella no tuvo.
De Panamá no tiene queja, porque desde que llegó ha sido bien recibida por los panameños, a los que considera muy buenas personas, amables, quienes siempre están dispuestos a cooperar con el más necesitado.
FAMILIA
Cuando puede ahorra unos cuantos dólares para ir a visitar a su mamá que vive en Nicaragua.