HOJA SUELTA
Mañana

Eduardo Soto | DIAaDIA

El "gin and tonic" me propicia una incontrolable clarividencia. Las imágenes me caen a chorros desde un mañana púrpura, con ruidos como de cortocircuitos o plástico que se quema, y el olor indescriptible de la lluvia a media tarde. En este momento (son las dos de la madrugada, y creo que es sábado), con más de siete tragos encima, el futuro se me devela, y lo atrapo en la tristona pantalla del computador.

Corre el año dos mil cuarenta. Con mi cartuchito a un costado de la cintura (¡mierco, es una colostomía!), y unos incómodos pañales desechables rosándome la entrepierna (ese era el plástico que creía que se quemaba), trato de llegar a la reunión de la tarde. Avanzo lento, gracias al milagro de un bastón de madera; los chicos me pasan a un lado y me chotean, pero siento su lástima cuando me dicen "lo ayudo, ño Soto". Les contesto: "siga, siga, muchachito, no se detenga por esta nave que de a vaina flota".

Una chiquilla recién graduada de doctora en periodismo me saluda con su mano perfumada y su piel nueva. Le miro las pompis, los ojos morenos, la risa de azúcar y mi mente viaja al ayer. ¡Ay, el ayer!

Noto el cansancio en muchos cuando llego al salón. Es que les fastidio con mis ideas antiguas, esas anécdotas tantas veces repetidas, mi resistencia a esas notas escritas en un español contaminado y telepático. Para colmo, me quedo dormido cuando la reunión se alarga.

Al final, la nueva gerente me comunica que estoy despedido, que no me soportan más. Conmigo se van otros periodistas mayores de 70 años, quienes todavía trabajamos porque el plan del 2005 no funcionó, y nadie se jubila en el país. Salgo de ahí cabizbajo y derrotado, con la colostomía llena de oscuras miserias, y al llegar al asilo me sirvo el octavo trago de ginebra, que hace que se me detenga el corazón mientras pienso "¡Ay, el ayer!"

Ciudad de Panamá 
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