Quedé frío, pues sus palabras fueron conmovedoras. Fue una ocasión en que realizaba una entrevista al estudiante Germán Alejandro, un niño con discapacidad de 11 años, residente en San Miguelito. Por un momento pensé que sería una entrevista más, pero me llevé una gran enseñanza. Llegar hasta su hogar, bajo una pertinaz llovizna, fue toda una odisea.
Germán Alejandro era descendiente de una familia kuna y vivía en un estrecho y sombrío cuarto, donde pasaba sus últimos días de vida, junto a sus dos hermanos y padres. Las respuestas que dio a la lluvia de interrogantes que se le hizo, me dejaron con la boca abierta. Ese niño se expresaba con autoridad, y al hablar de la muerte la aceptó, pues sabía que sus días estaban contados. Le faltaba una de sus piernas y tenía cáncer en los huesos. A pesar del sufrimiento que lo martirizaba, no faltaba una sonrisa en su rostro angelical.
Me dio escalofrío cuando daba las gracias por una donación que se le entregó, ya que aclaró, en medio de un silencio sepulcral: "estoy contento y agradecido por la ayuda, y más porque eso no es para mí, sino para mis hermanitos y mi mamá. Yo sé que voy a morir pronto".
Esas crudas palabras hicieron que corrieran las lágrimas por las mejillas de su madre. Eso me incentivó a vivir cada minuto de mi vida con mayor entusiasmo. Todavía se me hace un nudo en la garganta cuando recuerdo sus palabras. Germán me enseñó a luchar ante las adversidades y a mirar al mundo con ojos de esperanza, pues a nuestro paso en esta vida, tenemos que dejar huellas. ¡Gracias, Germán!
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