Cuando niña nunca sufrí, mis padres no lo permitían. Un buen día, vi a mi madre llorar. Nunca la había visto así antes, sólo cuando mi abuelo murió.
Mi madre es como un roble, muy fuerte y dedicada a su familia, con un carácter que raya entre lo fuerte y lo adorable, así es ella. En aquella ocasión, le dijo a mis tres hermanos y a mí que nuestro padre no estaría con nosotros. Se sumió en una depresión muy fuerte, no aceptaba que mi padre la abandonara por otra mujer y se olvidó de nosotros.
Mi hermana mayor se hacía cargo de todo, mientras mi madre lloraba día y noche en su habitación. No queríamos molestarla, estábamos preocupados, pensábamos que teníamos la culpa. Mi hermana trataba de hacer la cena, eso despertó de su letargo a mi madre. Nos pidió perdón. Lloramos como nunca. A los pocos meses, mi madre se recuperó, volvió a trabajar y estaba esbelta y bella. Estábamos felices, de repente, vimos llegar a nuestro padre.
Dijo que quería hablar con mamá. Nos reunimos fuera: "no podemos permitir que vuelva", decidimos. Mi madre lo perdonó. Me enfadé mucho, le decía a mi hermana mayor que no permitiera eso, pero ella no hizo nada. Estaba desesperada, no podía permitir que mi madre cayera otra vez, ya estaba mejor, ¿cómo se atrevía mi padre a volver? No pude hacer nada, lo aceptamos. Mi padre ha seguido portándose mal, y mi madre lo sigue perdonando.
Hoy que soy adulta, entiendo que mi madre es una mujer y que no es tan fuerte como pensamos. Es una mujer que necesita el cuidado y protección de un hombre y que se empeña en creer que algún día él cambiará. Sólo queremos ser felices y los dejamos ser felices a ellos.
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