"A la metáfora, a la que concedemos una máxima independencia, más allá de los jueguitos de aquéllos que comparan entre sí cosas de forma semejante, equiparando con un circo a la luna". Jorge Luis Borges
Alguna vez hemos dicho que el mito no se quedó en la historia antigua. Por el contrario, nuestro diario vivir tiene muchos ejemplos de ellos. También alguna vez hemos mencionado que el mito lo usamos como justificación de nuestras bajezas.
Pero el mito tiene otra faceta: la de ser metáfora de la alegría de vivir. Una manera figurada de hablar de aquellas cosas que de otra forma no se pueden explicar en todas sus dimensiones. ¿Qué sería de las declaraciones de amor sin el mito?
"Sin ti el agua tiene sabor a muerte", "Romeo no amó tanto a Julieta como yo te amo. Yo no sólo moriría por ti, también resucitaría".
¿Cómo valorar un simple plato de arroz con porotos sin un mito? "Hijo, come esta comida y serás tan grande y fuerte como los toros", "cada frijol de este plato está bañado con el amor que te voy a tener por los próximos mil años".
Todos hemos escuchado esos mitos que llegan hasta un borde de nuestra maltratada alma y nos la rezurcen. Historias, piropos, exageraciones maravillosas con un toque mágico. Pero, ¿por qué no las escuchamos tan a menudo?
Creo que es más fácil inventarse una mentira para dañar a alguien, que crear un mito que haga florecer la vida de un prójimo. La creación de la magia necesita hadas y magos ingeniosos, espontáneos, imaginativos y dispuestos a ser amigos hasta de los desconocidos. La invención de una mentira dañina, sólo requiere unas gotas de mediocridad y un par de verrugas en la nariz.
Ahora bien, hay que recordar que el mito, aunque positivo, sigue siendo mito. Sólo es una razón para cruzar el horizonte y alcanzar la olla llena de oro, que está al final del arco iris.
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