Dicen que quien espera... desespera. Pues no, y lo siento por el refranero español.
Quien espera, ya está siendo feliz. ¿Recuerdan lo del Principito, esa joya de la literatura que todos debiéramos leer más de una vez? "Hubiera sido mejor —dijo el zorro al Principito— que vinieras cada día a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo te estaría esperando y empezaría ya a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad".
Qué cosas más bonitas decía el zorro al Principito.
Estamos en tiempo para la ilusión. La lluvia que en este mes riegan nuestros campos son la esperanza de una buena cosecha, una buena recogida de papas. Esas jóvenes como Elena, Tania, Mónica, Carmen que pasean orgullosas su embarazo, son la esperanza alegre de una criatura que va a nacer. La algarabía de los chiquillos al ir a la escuela, a la catequesis o a jugar a la calle anuncian la esperanza de una juventud sana y alegre.
Dice otra frase popular que todo se pierde menos la esperanza y que, mientras haya vida, hay esperanza. Y en eso sí que estoy de acuerdo; porque la esperanza es la señal de que el horizonte se nos presenta despejado, si no ahora, más adelante.
¿Cuándo va a cambiar, cuándo va a nacer el niño, crecer las plantas y dar frutos los árboles? ¿Cuándo van a acabar las injusticias y desaparecer los egoísmos? Empecemos ya a ser dichosos. Lo que esperamos, va a llegar. Y si vemos que tarda... no perdamos la ilusión.
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