"Es culpa de los padres". Esta frase me ha dado vueltas en la cabeza durante toda la semana. Y es que la sociedad está condenando a los padres, porque no es agradable saber que nuestros jóvenes son víctimas de sinvergüenzas, que quieren llevarlos por caminos de destrucción y dolor. Hasta allí puedo perfectamente asimilar el tema de las niñas y jovencitos, involucrados con adultos en actos que riñen con la moral.
Sin embargo, yo tengo una espinita en el corazón que no me deja dormir y la daré a conocer, aun a riesgo de que los paladines de los derechos humanos y de los menores quieran lincharme.
Cuando yo era una jovencita de secundaria (hace poco...), crecía en un hogar muy bien llevado, gracias a Dios. Y créanme, yo sentía que eso me daba una gran responsabilidad. ¿Por qué? Porque mi madre nos decía a mis hermanas y a mí: "Si ustedes quieren que este hogar se mantenga unido, no se les ocurra `meter la pata`, porque tu papá no lo permitiría y yo no voy abandonar a una hija que esté en problemas. Yo me pondría del lado de ustedes, porque la mujer siempre pierde, el hombre no". Tan sólo de pensar que podría hacerle daño a mi familia, no se me ocurrió "meter la pata".
Ahora bien, en esos tiempos, a diferencia de éstos, a los hijos se les recalcaba que tenían deberes y responsabilidades que cumplir para ser hombres de bien en el futuro. Hoy, los decálogos de los Derechos del Niño, el Código de la Familia, el 147, y muchos etcéteras más, le recalcan al menor que tiene derechos, pero no he visto un decálogo que les recalque sus deberes. Y yo creo que aquí está el "quid" del asunto. Si bien es cierto que hay hogares disgregados y los hijos sufren las consecuencias, también lo es que si no basamos el futuro en jóvenes que sepan ser responsables, mejor es que Dios nos coja confesados.
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