Un trabajador incansable. Empujando su pesada carretilla cargada con dos neveras llenas de agua de pipa y chicha de limón bien frías, Rafael Almanza, de 48 años, se gana el sustento de su familia.

Este luchador veragüense, lleva 26 años, trabajando de sol a sol, refrescando a miles de panameños con sus deliciosos producto, que le han servido para la adquisición de su casa.

Aunque su trabajo es informal se siente feliz, porque le da el dinero suficiente para que sus hijos reciban la educación que él no pudo tener. Este ciudadano piensa que con esos estudios, en un futuro, sus hijos se convertirán en buenos profesionales y hombres de bien.

Por eso siempre los aconseja y les dice que estudien, porque gracias a Dios tienen un papá que los puede ayudar y les da todo lo que necesitan para que vayan a la escuela.

Cuando llegó a la capital, de su natal Santiago, en la provincia de Veraguas, puso una venta de legumbres, pero como se pusieron muy caras y no tenían mucho salida, se decidió a vender agua de pipa.

Pero para poder estar desde muy temprano en las calles de la ciudad capital vendiendo sus productos tiene que levantarse a las tres de la madrugada para ir a comprar los cocos al Mercado de Abastos.

A pesar de que es el dueño de su negocio sabe que debe laborar hasta las seis o siete de la noche, si quiere obtener buenas ganancias, por eso siempre llega a su casa ubicada en Pacora casi a la media noche todos los días.

Agotado, pero agradecido por tener un trabajo digno y honrado, Hernández se acuesta pensando en la faena que le espera al siguiente día.

Después de años de arduo trabajo aspira poner otro negocio que le ayude a llevar una vida digna y llena de uno que otro lujo, pues siente que el que se sacrifica tiene derecho a disfrutar de lo sembrado.

PRECIOS

El agua de pipa y las chichas las vende a 30 centésimos la chica y 60 centavos la grande.