Había dos piedrecitas en el lecho del río, de un intenso color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos pedacitos de cielo caídos al agua. Ellas conversaban en lo que serían cuando alguien las descubriera: "Acabaremos en la corona de una reina", se decían.
Un día, por fin fueron recogidas. Varios días estuvieron sofocándose en diversas cajas, hasta que alguien las tomó y oprimió contra una pared, igual que otras, introduciéndolas en un lecho de cemento pegajoso. Lloraron, suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos golpes de martillo las hundieron todavía más.
A partir de entonces, sólo pensaban en huir. Trabaron amistad con un hilo de agua, que de cuando en cuando corría por encima de ellas y les decía:
- "Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos de esta maldita pared".
Así lo hizo el hilo de agua y finalmente en una noche húmeda las dos piedrecitas cayeron al suelo y, yaciendo por tierra, echaron una mirada a lo que había sido su prisión. Miles de piedrecitas de oro y de colores formaban la figura de Cristo.
Pero en el rostro del Señor había algo raro, estaba ciego. Sus ojos carecían de ojos. Las dos piedrecitas comprendieron. Eran ellas los ojos de Cristo. Por la mañana, un sacristán distraído pasó la escoba y las echó al cubo de basura.
Cristo tiene un plan maravilloso para cada uno de ustedes, a veces no lo entendemos y por hacer nuestra propia obra malogramos lo que él había trazado.
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